Los guardias, con sus armas en la mano, rodearon el altar y el templo desde la parte sur hasta la parte norte, y así protegieron al rey. Entonces Joiadá sacó a Joás, le puso la corona y le dio un documento con instrucciones para gobernar. Después le derramó aceite en la cabeza y así lo nombró rey. Todos aplaudieron y gritaron: «¡Viva el rey!» Cuando Atalía escuchó el alboroto que hacían los guardias y la gente, fue al templo. Allí vio a Joás de pie, al lado de la columna del templo, como era la costumbre al nombrarse un rey. Junto a él estaban los capitanes y los músicos; la gente, llena de alegría, tocaba las trompetas. Entonces Atalía rompió su ropa y gritó: «¡Traición! ¡Traición!» El sacerdote Joiadá les ordenó a los capitanes del ejército: «¡No la maten en el templo, mátenla afuera, y también a cualquiera que la defienda!» Así que la tomaron presa, la sacaron por la puerta del establo, la llevaron al palacio y allí la mataron. Después Joiadá les pidió al rey y al pueblo apoyarse mutuamente. También les pidió que se mantuvieran fieles a Dios. Después todos fueron al templo de Baal y lo derribaron, y destruyeron los altares y los ídolos. En cuanto al sacerdote de Baal, que se llamaba Matán, le cortaron la cabeza frente a los altares. Joiadá dejó una guardia vigilando el templo de Dios, y luego reunió al resto de los soldados y a toda la gente. Entre todos ellos llevaron al rey desde el templo hasta el palacio, entrando por el portón de la guardia. El rey Joás se sentó en el trono, y todo el pueblo hizo fiesta. Después de la muerte de Atalía, la ciudad vivió tranquila. 21 (12.1) Joás comenzó a reinar en Judá a los siete años de edad
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