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1 Samuel 1:1-25

1 Samuel 1:1-25 TLA

En Ramá, un pueblo de los cerros de Efraín, vivía un hombre llamado Elcaná. Sus antepasados fueron: Jeroham, Elihú, Tohu y Suf. Todos ellos eran descendientes de Efraín. Elcaná tenía dos esposas: Peniná y Ana. Peniná tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno. Cada año Elcaná y su familia salían de su pueblo para ir al santuario de Siló. Allí adoraban al Dios todopoderoso y presentaban ofrendas en su honor. Allí también trabajaban dos hijos del sacerdote Elí, llamados Hofní y Finees. Cuando Elcaná presentaba un animal como ofrenda, les daba una parte de la carne a Peniná y a sus hijos. Pero a Ana le daba la mejor parte porque la amaba mucho, a pesar de que Dios no le permitía tener hijos. Como Ana no tenía hijos, Peniná se burlaba de ella. Tanto la molestaba que Ana lloraba mucho y ni comer quería. Todos los años, cuando iban al santuario, Peniná la trataba así. En una de esas visitas, Elcaná le preguntó a Ana: «¿Por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué te afliges? Para ti, es mejor tenerme a mí que tener muchos hijos». Ana dejó de comer, se levantó y se fue a orar al santuario. El sacerdote Elí estaba allí, sentado junto a la puerta. Ana estaba tan triste que no dejaba de llorar. Por eso oró a Dios y le hizo esta promesa: «Dios todopoderoso, yo soy tu humilde servidora. Mira lo triste que estoy. Date cuenta de lo mucho que sufro; no te olvides de mí. Si me das un hijo, yo te lo entregaré para que te sirva solo a ti todos los días de su vida. Como prueba de que te pertenece, nunca se cortará el cabello». Ana oraba a Dios en silencio. Elí la veía mover los labios, pero como no escuchaba lo que decía, pensó que estaba borracha. Por eso le dijo: —¿No te da vergüenza estar borracha? ¡Deja ya la borrachera! Pero Ana le respondió: —Señor mío, no crea usted que estoy borracha. No he bebido vino ni cerveza. Estoy muy triste, y por eso estoy aquí suplicándole a Dios que me responda. Entonces Elí le contestó: —Vete tranquila, y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido. Y Ana le dijo: —¡Usted sí me comprende! Dicho esto, Ana regresó a comer y dejó de estar triste. A la mañana siguiente, Elcaná y su familia fueron al santuario para adorar a Dios, y después de eso regresaron a su casa en Ramá. Tiempo después, Elcaná y su esposa Ana tuvieron relaciones sexuales, y Dios permitió que ella quedara embarazada. Cuando nació el niño, Ana le puso por nombre Samuel, porque Dios contestó su oración. Al año siguiente, cuando llegó el tiempo de ir al santuario para presentar la ofrenda acostumbrada, Elcaná fue a Siló con toda su familia para cumplir su promesa. Pero Ana no quiso ir con ellos, y por eso le dijo a su marido: —Cuando el niño ya pueda comer solo, yo misma lo llevaré al santuario y se lo entregaré a Dios. Allí se quedará a vivir. Elcaná le dijo: —Haz lo que te parezca mejor. Que el niño se quede contigo hasta que pueda comer solo. Y que Dios cumpla su promesa. Ana se quedó con su hijo, y lo cuidó hasta que el niño comenzó a comer solo. Fue entonces cuando Ana lo llevó al santuario de Siló. También llevó como ofrenda un novillo de tres años, vino y veinte kilos de harina. Después de presentar en el altar al novillo, Ana y su esposo le entregaron el niño al sacerdote Elí.

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