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1 Corintios 9:1-27

1 Corintios 9:1-27 TLA

Yo soy libre. Soy apóstol. He visto al Señor Jesús. Y gracias a mi trabajo, ahora ustedes son de Cristo. Aunque otros piensen que no soy apóstol, para ustedes sí lo soy; ustedes son cristianos, y eso demuestra que realmente soy un apóstol. A los que discuten conmigo, yo les respondo que Bernabé y yo también tenemos derecho a recibir comida y bebida por el trabajo que hacemos. También tenemos derecho a que nuestra esposa nos acompañe en nuestros viajes. Así lo hacen Pedro y los otros apóstoles, y los hermanos de Jesucristo. ¿Acaso Bernabé y yo somos los únicos que estamos obligados a trabajar para vivir? En el ejército, ningún soldado paga sus gastos. Los que cultivan uvas, comen de las uvas que recogen. Y los que cuidan cabras, toman de la leche que ordeñan. Esta no es una opinión mía, sino que así lo enseña la Biblia. Porque en los libros que escribió Moisés leemos: «No impidan que el buey coma mientras desgrana el trigo.» Y si la Biblia dice eso, no es porque Dios se preocupe de los bueyes, sino porque se preocupa por nosotros. Tanto los que preparan el terreno como los que desgranan el trigo lo hacen con la esperanza de recibir parte de la cosecha. De la misma manera, cuando nosotros les comunicamos a ustedes la buena noticia, es como si sembráramos en ustedes una semilla espiritual. Por eso, como recompensa por nuestro trabajo, tenemos derecho a que ustedes nos den lo necesario para vivir. Si otros tienen ese derecho, con más razón lo tenemos nosotros. Pero no hemos hecho valer ese derecho, sino que todo lo hemos soportado, con tal de no crear problemas al anunciar la buena noticia de Cristo. Ustedes saben que los que trabajan en el templo viven de lo que hay en el templo. Es decir, que los que trabajan en el altar del templo, comen de los animales que allí se sacrifican como ofrenda a Dios. De la misma manera, el Señor Jesús mandó que los que anuncian la buena noticia vivan de ese mismo trabajo. Sin embargo, yo nunca he reclamado ese derecho. Tampoco les escribo esto para que me den algo. ¡Prefiero morirme antes de que alguien me quite la satisfacción de ser apóstol sin sueldo! Yo no anuncio la buena noticia de Cristo para sentirme importante. Lo hago porque Dios así me lo ordenó. ¡Y pobre de mí si no lo hago! Yo no puedo esperar que se me pague por anunciar la buena noticia, pues no se me preguntó si quería hacerlo; ¡se me ordenó hacerlo! Pero entonces, ¿qué gano yo con eso? ¡Nada menos que la satisfacción de poder anunciar la buena noticia, sin recibir nada a cambio! Es decir, anunciarla sin hacer valer mi derecho de vivir de mi trabajo como apóstol. Aunque soy libre, vivo como si fuera el esclavo de todos. Así ayudo al mayor número posible de personas a creer en Cristo. Cuando estoy con los judíos, vivo como judío, para ayudarlos a creer en Cristo. Por eso cumplo con la ley de Moisés, aunque en realidad no estoy obligado a hacerlo. Y cuando estoy con los que no obedecen la ley de Moisés, vivo como uno de ellos, para ayudarlos a creer en Cristo. Esto no significa que yo no obedezca la ley de Dios. Al contrario, la obedezco, pues sigo la ley de Cristo. Cuando estoy con los que apenas empiezan a ser cristianos, me comporto como uno de ellos para poder ayudarlos. Es decir, me he hecho igual a todos, para que algunos se salven. Y todo esto lo hago porque amo la buena noticia, y porque quiero participar de sus buenos resultados. Ustedes saben que, en una carrera, no todos ganan el premio, sino uno solo. Pues nuestra vida como seguidores de Cristo es como una carrera, así que vivamos bien para llevarnos el premio. Los que se preparan para competir en un deporte, dejan de hacer todo lo que pueda perjudicarlos. ¡Y lo hacen para ganarse un premio que no dura mucho! Nosotros, en cambio, lo hacemos para recibir un premio que dura para siempre. Yo me esfuerzo por recibirlo. Así que no lucho sin un propósito. Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mí mismo. Pues si anuncio a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifique a mí.

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