Señor de los ejércitos,
¡cuán grato es habitar en tu templo!
¡Mi alma anhela ardientemente
estar, Señor, en tus atrios!
¡A ti, Dios de la vida, elevan su canto
mi corazón y todo mi ser!
Hasta los gorriones y las golondrinas
hallan dónde anidar a sus polluelos:
¡cerca de tus altares, Señor de los ejércitos,
rey mío y Dios mío!
¡Cuán felices son los que habitan en tu templo!
¡Todo el tiempo te cantan alabanzas!
¡Cuán felices son los que hallan fuerzas en ti,
los que ponen su corazón en tus caminos!
Cuando cruzan por el valle de las lágrimas,
cambian su aridez en un manantial
al llenar la lluvia los estanques.
Van de victoria en victoria,
hasta llegar a verte, oh Dios, en Sión.
Señor, Dios de los ejércitos, ¡oye mi oración!
Dios de Jacob, ¡escúchame!
¡Míranos, Dios y escudo nuestro,
y posa la mirada en el rostro de tu ungido!
Es mejor pasar un día en tus atrios
que vivir mil días fuera de ellos.
¡Prefiero estar a la puerta de tu templo, oh Dios,
que vivir en las mansiones de la maldad!
Tú, Dios y Señor, eres sol y escudo;
tú, Señor, otorgas bondad y gloria
a los que siguen el camino recto,
y no les niegas ningún bien.
Señor de los ejércitos,
¡cuán dichoso es el que en ti confía!