¡Aparte del Señor, no hay otro Dios! ¡Aparte de nuestro Dios, no hay otra Roca! Dios es quien me infunde fuerzas; Dios es quien endereza mi camino; Dios es quien me aligera los pies y me hace correr como un venado; Dios es quien me afirma en las alturas; Dios adiestra mis manos para el combate, y me da fuerzas para tensar el arco de bronce. Tú me diste el escudo de tu salvación, me sostuviste con tu mano derecha, y con tu bondad me engrandeciste. Me pusiste sobre un terreno espacioso, para que mis pies no resbalaran, y así pude perseguir y alcanzar a mis adversarios; ¡no volví hasta haberlos exterminado! Los herí, y ya no se levantaron; ¡quedaron tendidos debajo de mis pies! Tú me infundiste fuerzas para la batalla, para vencer y humillar a mis adversarios. Tú los hiciste ponerse en retirada, y así acabé con los que me odiaban. Clamaron a ti, Señor, pero no los atendiste; ¡no hubo nadie que los ayudara! Los hice polvo, y los arrastró el viento; ¡los pisoteé como al lodo en las calles! Tú me libraste de un pueblo rebelde y me pusiste al frente de las naciones; gente que yo no conocía, viene a servirme; gente extraña me rinde homenaje; ¡apenas me escuchan, me obedecen! ¡Gente de otros pueblos se llena de miedo, y sale temblando de sus escondites! ¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi roca! ¡Exaltado sea el Dios de mi salvación! Es el Dios que vindica mis agravios y somete a las naciones bajo mis pies. Es el Dios que me libra de mis adversarios, que me eleva por encima de mis oponentes, ¡que me pone a salvo de los violentos! Por eso alabo al Señor entre los pueblos, y canto salmos a su nombre. El Señor da la victoria al rey; siempre es misericordioso con su ungido, con David y con sus descendientes.
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