¡Bendito seas, Señor, mi roca! Tú me entrenas para la batalla; fortaleces mis manos para el combate. Tú eres mi castillo de misericordia, mi fortaleza, mi libertador; eres mi escudo, y en ti me refugio; ¡tú haces que los pueblos se sometan a mí! Señor, ¿qué son los mortales para que te preocupes por ellos? ¿Qué son los seres humanos para que los tomes en cuenta? Los mortales son una ilusión pasajera; su vida pasa como una sombra. Señor, inclina los cielos y desciende; toca los montes y hazlos humear. Dispersa con tus relámpagos a mis enemigos, lanza contra ellos tus dardos de fuego, y confúndelos; extiende tu mano desde las alturas, y rescátame del mar, porque me ahogo; líbrame del poder de esos extraños cuya boca dice cosas sin sentido y cuyo poder es un poder falso.
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