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Salmos 119:49-104

Salmos 119:49-104 RVC

Recuerda las promesas que me hiciste, en las cuales he puesto mi esperanza. En mi aflicción, ellas son mi consuelo; pues tu palabra me infunde nueva vida. Los soberbios se burlan mucho de mí, pero ni así me aparto de tu ley. Mi consuelo, Señor, es recordar que tu justicia es siempre la misma. Me horroriza pensar que hay malvados que se mantienen alejados de tu ley. Aunque en este mundo estoy de paso, mis canciones son tus estatutos. Por las noches pienso en ti, Señor, pues quiero obedecer tu ley. Esto es lo que me ha tocado: poner en práctica tus mandamientos. Señor, tú eres todo lo que tengo, y prometo que obedeceré tu palabra. De todo corazón busco tu presencia; ten compasión de mí, conforme a tu promesa. He estado pensando en mis acciones, y decidí encaminar mis pies hacia tus estatutos. Voy a darme prisa, y sin tardanza cumpliré con tus mandamientos. Me hallo sujeto a gente sin piedad, pero no me olvido de tu ley. Me levanto a medianoche, y te alabo porque tus juicios son rectos. Soy amigo de todos los que te honran, de todos los que obedecen tus preceptos. Señor, tu misericordia llena la tierra; ¡enséñame tus decretos! Señor, tú has tratado con bondad a tu siervo, de acuerdo a lo que le prometiste. Enséñame a tener sabiduría y buen juicio, pues yo creo en tus mandamientos. Antes de sufrir, yo andaba descarriado; pero ahora obedezco tu palabra. Tú eres bueno, y me tratas bien; enséñame tus estatutos. Gente arrogante inventa mentiras en mi contra, pero yo cumplo tus mandamientos de todo corazón. Esa gente tiene el corazón insensible, pero yo me regocijo con tu ley. Me convino que me hayas castigado, porque así pude aprender tus estatutos. Para mí, es mejor la ley que mana de tus labios que miles de monedas de oro y plata. Tú, con tus propias manos me formaste; dame la capacidad de comprender tus mandamientos. Cuando me vean los que te honran, se alegrarán, porque en tu palabra he puesto mi esperanza. Señor, yo sé que tus juicios son justos, y que por tu fidelidad me afligiste. Muéstrame tu misericordia, y ven a consolarme, pues esa fue tu promesa a este siervo tuyo. Compadécete de mí, y viviré, pues en tu ley encuentro mi deleite. Avergüenza a esos arrogantes que me calumnian; por mi parte, yo meditaré en tus mandamientos. Que se unan a mí aquellos que te honran, aquellos que conocen tus testimonios. Perfecciona mi corazón con tus estatutos, para que no tenga de qué avergonzarme. Siento que me muero esperando tu salvación, pero sigo confiando en tu palabra. Los ojos se me apagan esperando tu promesa, y me pregunto: «¿Cuándo vendrás a consolarme?» Me siento tan inútil como un odre viejo, pero tengo presentes tus estatutos. ¿Cuántos años más me quedan de vida? ¿Cuándo dictarás sentencia contra mis enemigos? Gente altanera me ha tendido trampas, pues no actúa de acuerdo con tu ley. Todos tus mandamientos son verdaderos; ¡ayúdame, porque sin razón soy perseguido! Poco ha faltado para que me derriben, pero ni así me he apartado de tus mandamientos. ¡Dame vida, conforme a tu misericordia, para que cumpla los testimonios que has emitido! Señor, tu palabra es eterna, y permanece firme como los cielos. Tu fidelidad es la misma por todas las edades; tú afirmaste la tierra, y esta permanece firme. Por tus decretos, todo subsiste hoy, y todo está a tu servicio. Si en tu ley no hallara mi regocijo, la aflicción ya habría acabado conmigo. Jamás me olvidaré de tus mandamientos, porque con ellos me has devuelto la vida. Mi vida te pertenece; ¡sálvame, Señor, pues yo estudio tus mandamientos! Los malvados buscan cómo destruirme, pero yo trato de entender tus testimonios. He visto que aun lo perfecto se acaba, pero tus mandamientos son eternos. ¡Cuánto amo yo tus enseñanzas! ¡Todo el día medito en ellas! Me has hecho más sabio que a mis perseguidores, porque tus enseñanzas están siempre conmigo. Entiendo más que mis maestros, porque tus testimonios son mi meditación. Comprendo mejor que los ancianos, porque obedezco tus mandamientos. Me he apartado de todo mal camino, para obedecer tu palabra. No me he apartado de tus juicios porque eres tú quien me dirige. ¡Cuán dulces son tus palabras en mi boca! ¡Son más dulces que la miel en mis labios! Tus mandamientos me han dado inteligencia; por eso odio toda senda de mentira.

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