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Salmos 106:1-33

Salmos 106:1-33 RVC

¡Aleluya! ¡Alabemos al Señor, porque él es bueno, porque su misericordia permanece para siempre! ¿Quién podrá contar las grandes obras del Señor? ¿Quién podrá cantar sus alabanzas? ¡Dichosos los que imparten justicia y siempre practican el derecho! Señor, acuérdate de mí cuando tu bondad alcance a tu pueblo; ¡ven a brindarme tu salvación! Déjame ver tu bondad hacia tus escogidos; déjame participar de la alegría de tu pueblo, y alabarte en compañía de los que son tuyos. Somos tan pecadores como nuestros padres. Hemos hecho lo malo, hemos cometido maldad. En Egipto, nuestros padres no entendieron tus maravillas; no se acordaron de tu gran misericordia, y a orillas del Mar Rojo se rebelaron contra ti. Pero tú, Señor, por tu gran amor los salvaste y diste a conocer tu gran poder. Reprendiste al Mar Rojo, y este se secó, y tu pueblo pasó por el mar como por un desierto. Tú los salvaste del poder del enemigo; ¡los rescataste del poder de sus adversarios! El mar cubrió a sus perseguidores, y ninguno de ellos quedó con vida. Entonces tu pueblo creyó en tu palabra, y con alegría te cantaron alabanzas. Pero muy pronto olvidaron tus obras; no esperaron a conocer tus consejos. Allí, en la soledad del desierto, se entregaron al desenfreno y te pusieron a prueba. Tú les diste lo que pidieron, pero les enviaste una enfermedad mortal. En el campamento, sintieron envidia de Moisés y de Aarón, a quien tú consagraste a tu servicio. La tierra se abrió, y se tragó a Datán, y sepultó a la pandilla de Abirán. El fuego se extendió entre ellos, y los impíos fueron consumidos por las llamas. En Horeb se hicieron un becerro de oro, y ante esa horrenda imagen se arrodillaron; ¡cambiaron la gloria de Dios por la imagen de un buey que come hierba! Se olvidaron del Dios que los salvó; se olvidaron de sus grandes proezas en Egipto, de las maravillas que hizo en tierra de Cam y de su paso asombroso por el Mar Rojo. Dios llegó a pensar en destruirlos, pero Moisés, su escogido, se interpuso e impidió que, en su indignación, los destruyera. Ellos despreciaron una tierra muy deseable, y no creyeron en las promesas de Dios. En sus tiendas hablaron mal del Señor, y se negaron a escuchar su voz. Entonces Dios levantó su mano contra ellos y juró que los haría morir en el desierto, que los humillaría ante las naciones y los dispersaría por todos los países. Pero el pueblo se sometió ante Baal Pegor, y participó de los sacrificios a un dios muerto. Esto les acarreó la ira de Dios, y una plaga mortal cayó sobre ellos. Pero Finés se interpuso y castigó al culpable, y entonces la plaga se detuvo. Dios tomó su acción como un acto de justicia, el cual permanece por siempre y para siempre. Junto a las aguas en Meriba irritaron al Señor, y por culpa de ellos le fue mal a Moisés, pues hicieron que su ánimo se exaltara, y que hablara con precipitación.