Hijo mío, si sales fiador por tu amigo,
y empeñas tu palabra en favor de un extraño,
te has enredado con tus propias palabras;
¡eres cautivo de tus propias promesas!
Hijo mío, has caído en manos de tu prójimo.
Para librarte, tienes que hacer lo siguiente:
Ve a hablar con tu prójimo, y humíllate ante él.
No te des un momento de reposo;
no cierres los ojos ni te duermas.
Sé como gacela, y escápate del cazador;
sé como un ave, y líbrate del que pone trampas.
Perezoso, mira a las hormigas;
fíjate en sus caminos, y ponte a pensar.
Ellas no tienen quien las mande,
ni quien les dé órdenes ni las gobierne.
Preparan su comida en el verano,
y en el tiempo de la siega recogen su comida.
Perezoso, ¿cuánto más seguirás durmiendo?
¿Cuándo vas a despertar de tu sueño?
Un poco de dormir, un poco de soñar,
un poco de cruzarse de brazos para descansar,
y así vendrán tu necesidad y tu pobreza:
como un vago, como un mercenario.
El que es malvado y canalla
siempre anda diciendo cosas perversas;
guiña los ojos, mueve los pies,
hace señas con los dedos;
en su corazón solo hay perversidad,
y todo el tiempo anda pensando en el mal.
¡Siempre anda sembrando discordias!
Por eso, cuando menos lo espere,
le sobrevendrá la ruina sin que pueda evitarlo.
Hay seis, y hasta siete cosas
que el Señor detesta con toda el alma:
Los ojos altivos, la lengua mentirosa,
las manos que derraman sangre inocente,
la mente que maquina planes inicuos,
los pies que se apresuran a hacer el mal,
el testigo falso que propaga mentiras,
y el que siembra discordia entre hermanos.