Hijo mío, óyeme y acepta mis razones, y los años de tu vida se alargarán. Yo te muestro el camino de la sabiduría, y te llevo por senderos de rectitud. Tus pasos no encontrarán obstáculos, y cuando corras no tropezarás. Retén mis consejos; no los abandones. Resguárdalos, porque te darán vida. No vayas por la senda de los impíos, ni sigas el camino de los malvados. Deja esa senda, no vayas por ella; apártate de ella y sigue adelante. Ellos no duermen si no han hecho mal; pierden el sueño si no hacen caer a alguno. Se alimentan con la maldad; apagan su sed cometiendo robos. Pero la senda de los justos es como la aurora: ¡su luz va en aumento, hasta la plenitud del día! El camino de los impíos es como la oscuridad; ¡ni siquiera saben contra qué tropiezan! Hijo mío, presta atención a mis palabras; inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo. Cuida tu corazón más que otra cosa, porque él es la fuente de la vida. Aparta de tu boca las palabras perversas; aleja de tus labios las palabras inicuas. Dirige la mirada hacia adelante; fíjate en lo que tienes delante de tus ojos. Piensa qué camino vas a seguir, y plántate firme en todos tus caminos. Apártate del mal. No te desvíes ni a la derecha ni a la izquierda.
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