Sea la sidra para el que desfallece,
y el vino para los de ánimo amargado.
¡Que beban y se olviden de sus carencias!
¡Que no se acuerden más de su miseria!
Habla en lugar de los que no pueden hablar;
¡defiende a todos los desvalidos!
Habla en su lugar, y hazles justicia;
¡defiende a los pobres y menesterosos!
Mujer ejemplar, ¿quién dará con ella?
Su valor excede al de las piedras preciosas.
Su esposo confía en ella de todo corazón,
y por ella no carece de ganancias.
Siempre lo trata bien, nunca mal,
todos los días de su vida.
Sale en busca de lana y de lino,
y afanosa los trabaja con sus manos.
Se asemeja a una nave de mercaderes,
que de muy lejos trae sus provisiones.
Aun durante la noche se levanta
para dar de comer a su familia
y asignar a las criadas sus deberes.
Pondera el valor de un terreno, y lo compra,
y con lo que gana planta un viñedo.
Saca fuerzas de flaqueza,
y con ahínco se dispone a trabajar.
Está atenta a la buena marcha de su negocio,
y por la noche mantiene su lámpara encendida.
Sabe cómo manejar el huso,
y no le es ajeno manejar la rueca.
Sabe ayudar a los pobres,
y tender la mano a los menesterosos.
Cuando nieva, no teme por su familia,
pues todos ellos visten ropas dobles.
Ella misma se hace tapices,
y se viste de lino fino y de púrpura.
Su esposo es bien conocido en la ciudad,
y es parte del consejo local de ancianos.
Las telas que hace, las vende,
y provee a los comerciantes con cinturones.
Se reviste de fuerza y de honra,
y no le preocupa lo que pueda venir.
Habla siempre con sabiduría,
y su lengua se rige por la ley del amor.
Siempre atenta a la marcha de su hogar,
nunca come un pan que no se haya ganado.
Sus hijos se levantan y la llaman dichosa;
también su esposo la congratula:
«Muchas mujeres han hecho el bien,
pero tú las sobrepasas a todas.»
La belleza es engañosa, y hueca la hermosura,
pero la mujer que teme al Señor será alabada.