Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia,
completen mi gozo sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa.
No hagan nada por contienda o por vanagloria. Al contrario, háganlo con humildad y considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo.
No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás.
Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús,
quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres;
y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre.
Por tanto, amados míos, ya que siempre han obedecido, no solo en mi presencia, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocúpense en su salvación con temor y temblor,
porque Dios es el que produce en ustedes lo mismo el querer como el hacer, por su buena voluntad.
Háganlo todo sin murmuraciones ni peleas,
para que sean irreprensibles y sencillos, e intachables hijos de Dios en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo,
aferrados a la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido ni trabajado en vano.
Y aunque mi vida sea derramada en libación sobre el sacrificio y servicio de la fe de ustedes, me gozo y regocijo con todos ustedes.
Y asimismo, también ustedes gócense y regocíjense conmigo.