pero al ver a Jesús de lejos, corrió para arrodillarse delante de él, y a voz en cuello le dijo: «Jesús, Hijo del Dios altísimo, ¿qué tienes que ver conmigo? ¡Yo te ruego por Dios que no me atormentes!» Y es que Jesús le había dicho: «Espíritu impuro, ¡deja a este hombre!» Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?», y él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.» Y el hombre le rogaba e insistía que no los mandara lejos de aquella región. Cerca del monte pacía un gran hato de cerdos, y todos los demonios le rogaron: «¡Envíanos a los cerdos! ¡Déjanos entrar en ellos!» Jesús se lo permitió. Y en cuanto los espíritus impuros salieron del hombre, entraron en los cerdos, que eran como dos mil, y el hato se lanzó al lago por un despeñadero, y allí se ahogaron. Los que cuidaban de los cerdos huyeron, y fueron a contar todo esto a la ciudad y por los campos. La gente salió a ver qué era lo que había sucedido, y cuando llegaron a donde estaba Jesús, y vieron que el que había estado atormentado por la legión de demonios estaba sentado, vestido y en su sano juicio, tuvieron miedo. Luego, los que habían visto lo sucedido con el endemoniado y con los cerdos, se lo contaron a los demás, y comenzaron a rogarle a Jesús que se fuera de sus contornos.
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