»Cuídense de los falsos profetas, que vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
Ustedes los conocerán por sus frutos, pues no se recogen uvas de los espinos, ni higos de los abrojos.
Del mismo modo, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.
El buen árbol no puede dar frutos malos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.
Así que ustedes los conocerán por sus frutos.
»No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
En aquel día, muchos me dirán: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”
Pero yo les diré claramente: “Nunca los conocí. ¡Apártense de mí, obreros de la maldad!”
»A cualquiera que me oye estas palabras, y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.
Cayó la lluvia, vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y azotaron aquella casa, pero esta no se vino abajo, porque estaba fundada sobre la roca.
Por otro lado, a cualquiera que me oye estas palabras y no las pone en práctica, lo compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena.
Cayó la lluvia, vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y azotaron aquella casa, y esta se vino abajo, y su ruina fue estrepitosa.»
Cuando Jesús terminó de hablar, la gente se admiraba de su enseñanza,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.