Llorando, se arrojó a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con lágrimas y a secarlos con sus cabellos; también se los besaba, y los ungía con el perfume. Cuando el fariseo que lo había convidado vio esto, pensó: «Si este fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora.»
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