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San Lucas 20:1-38

San Lucas 20:1-38 RVC

Un día, mientras Jesús estaba en el templo enseñando al pueblo y anunciándoles las buenas noticias, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, junto con los ancianos, y le preguntaron: «¿Con qué autoridad haces todo esto? ¿Quién te ha dado esta autoridad?» Jesús les dijo: «Yo también voy a hacerles una pregunta. Díganme: El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de este mundo?» Ellos empezaron a discutir entre sí: «Si decimos que era del cielo, nos dirá: “Entonces, ¿por qué no le creyeron?” Y si decimos que era de los hombres, todo el pueblo nos matará a pedradas, pues están convencidos de que Juan era un profeta.» Y respondieron que no sabían de dónde era. Entonces Jesús les dijo: «Pues yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas.» Luego comenzó a contarle a la gente esta parábola: «Un hombre plantó una viña, se la arrendó a unos labradores, y se ausentó por mucho tiempo. A su debido tiempo, envió a uno de sus siervos para que los labradores le entregaran la parte de lo que la viña había producido; pero los labradores lo golpearon y lo mandaron con las manos vacías. Volvió a enviar a otro siervo; pero ellos golpearon y humillaron también a este, y lo enviaron con las manos vacías. Envió entonces a un tercer siervo, pero también a este lo hirieron y lo echaron de allí. Entonces el dueño de la viña dijo: “¿Qué haré? Voy a enviar a mi hijo amado. Tal vez, cuando lo vean, le tendrán respeto.” Pero cuando los labradores lo vieron, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero. Vamos a matarlo, para quedarnos con la herencia.” Así que lo expulsaron de la viña, y lo mataron. ¿Qué creen ustedes que el dueño de la viña hará con ellos? Pues irá y matará a esos labradores, y dará su viña a otros.» Al oír esto, la gente exclamó: «¡Dios nos libre!» Pero Jesús los miró fijamente y les dijo: «¿Qué significa esta escritura que dice: »“La piedra que desecharon los constructores ha venido a ser la piedra angular?” Todo el que caiga sobre esa piedra, se hará pedazos; y si ella cae sobre alguien, lo aplastará por completo.» En ese mismo instante los principales sacerdotes y los escribas trataron de echarle mano, pues comprendieron que, al contar esa parábola, Jesús se refería a ellos. Pero tenían miedo de la gente; entonces enviaron espías que parecían gente buena, para que lo acecharan y atraparan a Jesús en sus propias palabras, y así poder ponerlo bajo el poder y la autoridad del gobernador. Los espías le preguntaron: «Maestro, sabemos que dices y enseñas con rectitud, y que no discriminas a nadie, sino que en verdad enseñas el camino de Dios. ¿Nos está permitido pagar tributo al César, o no?» Pero Jesús se dio cuenta de sus malas intenciones, y les dijo: «Muéstrenme una moneda. ¿De quién son la imagen y la inscripción?» Ellos respondieron: «Del César.» Entonces Jesús les dijo: «Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.» Así que no pudieron sorprenderlo ante el pueblo en ninguna palabra; y admirados de su respuesta, no dijeron más. Algunos de los saduceos, que decían que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos escribió: “Si el hermano de alguien tiene esposa y muere sin tener hijos, el hermano del difunto debe casarse con la viuda y darle descendencia a su hermano muerto.” Pues bien, se dio el caso de siete hermanos, y el primero de ellos se casó, y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, pero también murió sin tener hijos. El tercero también se casó con ella, y así los siete restantes, y todos ellos murieron sin dejar descendencia. Finalmente, murió también la mujer. Así que, en la resurrección, ¿esposa de cuál de ellos será la viuda, ya que los siete estuvieron casados con ella?» Entonces Jesús les dijo: «La gente de este mundo se casa, y se da en casamiento, pero los que sean considerados dignos de alcanzar el mundo venidero y la resurrección de entre los muertos, no se casarán ni se darán en casamiento, porque ya no podrán morir, sino que serán semejantes a los ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección. Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, pues llama al Señor, “Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob”. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven.»