El Señor habló con Moisés, y le dijo:
«Habla con los hijos de Israel, y diles:
»“Cuando alguien, sin proponérselo, peque contra alguno de los mandamientos del Señor en cuestiones que no deben cometerse, e incurra en alguna de ellas,
si el sacerdote ungido peca como el común del pueblo, deberá ofrecer al Señor un becerro sin defecto, como expiación por el pecado cometido.
Llevará el becerro a la entrada del tabernáculo de reunión y, poniendo la mano sobre la cabeza del becerro, lo degollará delante del Señor.
El sacerdote ungido tomará un poco de la sangre del becerro y la llevará al tabernáculo de reunión,
mojará su dedo en la sangre, y esa sangre la rociará delante del Señor siete veces, en dirección al velo del santuario.
También pondrá el sacerdote parte de esa sangre sobre los cuernos del altar del incienso aromático, el cual está en el tabernáculo de reunión delante del Señor, y el resto de la sangre del becerro la derramará al pie del altar del holocausto, que está a la entrada del tabernáculo de reunión.
Para la expiación tomará toda la grasa del becerro, tanto la que recubre los intestinos como la que recubre las entrañas,
los dos riñones, la grasa que los recubre y la que está sobre los ijares, y junto con los riñones quitará la grasa que recubre el hígado,
tal y como se quita la grasa del buey del sacrificio de paz, y el sacerdote la quemará sobre el altar del holocausto.
La piel del becerro, con toda su carne y su cabeza, sus piernas, sus intestinos y su estiércol,
en fin, todo el becerro, lo llevará fuera del campamento hasta un lugar limpio, donde se echan las cenizas, y allí lo quemará sobre la leña encendida.