Yo soy aquel que ha visto la aflicción bajo el látigo de su enojo. Me ha llevado por un sendero no de luz sino de tinieblas. A todas horas vuelve y revuelve su mano contra mí. Ha hecho envejecer mi carne y mi piel; me ha despedazado los huesos. Ha levantado en torno mío un muro de amargura y de trabajo. Me ha dejado en las tinieblas, como a los que murieron hace tiempo. Por todos lados me asedia y no puedo escapar; ¡muy pesadas son mis cadenas! Grito pidiéndole ayuda, pero él no atiende mi oración. Ha cercado con piedras mis caminos; me ha cerrado el paso. Como un oso en acecho, como león agazapado, me desgarró por completo y me obligó a cambiar de rumbo. Tensó su arco y me puso como blanco de sus flechas. Me clavó en las entrañas las saetas de su aljaba. Todo el tiempo soy para mi pueblo motivo de burla. ¡Me ha llenado de amargura! ¡Me ha embriagado de ajenjo! Me ha roto los dientes, me ha cubierto de ceniza. Ya no sé lo que es tener paz ni lo que es disfrutar del bien, y concluyo: «Fuerzas ya no tengo, ni esperanza en el Señor.» Tan amargo como la hiel es pensar en mi aflicción y mi tristeza, y lo traigo a la memoria porque mi alma está del todo abatida; pero en mi corazón recapacito, y eso me devuelve la esperanza.
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