¿Por qué te empeñas en contender con él? ¡Dios no tiene por qué responderte! Él nos habla de muchas maneras, pero nosotros nunca entendemos. Nos habla en sueños, en visiones nocturnas, cuando el sueño nos vence y nos dormimos; entonces nos habla al oído, y nos indica lo que debemos hacer, para que nos apartemos del mal y dejemos de lado la soberbia; para que nos libremos de la tumba o de sufrir una muerte violenta. »Dios nos corrige con enfermedades, y con fuertes dolores de huesos; ¡hasta llegamos a aborrecer la comida, y por deliciosa que sea, no se nos antoja! El cuerpo se nos va enjutando, hasta dejar ver todos nuestros huesos. Cuando nos vemos al borde del sepulcro, y llegamos a las puertas de la muerte, a veces viene un ángel bondadoso, uno entre mil, que intercede por nosotros y da a conocer nuestras buenas acciones; se compadece de nosotros y le dice a Dios: “¡No lo dejes caer en el sepulcro que ya he encontrado cómo rescatarlo!” Su cuerpo recobra la lozanía de un niño, y vuelve a regocijarse como en su juventud. Entonces ora a Dios, y en su bondad Dios le deja ver su rostro, le devuelve la alegría, y lo restaura a su estado anterior: entonces canta ante sus semejantes, y reconoce su pecado y su injusticia, y admite que no sacó ningún provecho; entonces Dios lo libra del sepulcro y le hace volver a ver la luz. »Con tal bondad nos trata Dios cuantas veces sea necesario
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