Job le respondió lo siguiente: «Hoy también siento una gran amargura; mis heridas son más grandes que mi llanto. ¡Cómo quisiera saber dónde hallar a Dios! ¡Iría a verlo hasta donde él se encontrara! En su presencia le expondría mi caso, pues mi boca está llena de argumentos. Creo saber lo que él me respondería, y creo que comprendería lo que me dijera. No creo que él desplegaría su poder contra mí; más bien, creo que él entendería mi sufrimiento. Ante Dios, el justo puede razonar con él, así que yo quedaría absuelto para siempre. »Busco a Dios en el oriente, y no lo encuentro; me dirijo al occidente, y no está allí. Me vuelvo hacia el norte, y no logro verlo; me vuelvo entonces al sur, y él se esconde de mí. Pero Dios sabe por dónde ando; me pondrá a prueba, y saldré refinado como el oro. Mis pies han seguido sus pisadas; seguí su camino, sin apartarme de él. Nunca me he apartado de sus mandamientos; sus palabras me son más preciadas que la comida. Si él decide algo, ¿quién puede hacerlo cambiar? ¡Él lleva a cabo todo lo que se propone! Así que hará conmigo lo que se ha propuesto, y es mucho lo que él ha decidido hacer. En su presencia, me invade un gran temor; si pienso en ello, me pongo a temblar. Dios me debilita el corazón; el Todopoderoso me tiene aterrado. ¿Por qué no me quitaron la vida aquella noche? ¿Por qué no me cubrieron el rostro en la oscuridad?
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