Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.
Pero yo les he dicho que, aunque me han visto, no creen.
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera.
Porque no he descendido del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y esta es la voluntad del que me envió: Que de todo lo que él me dio, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final.
Y esta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final.»
Los judíos murmuraban acerca de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que descendió del cielo.»
Y decían: «¿Acaso no es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? Entonces ¿cómo puede decir: “Del cielo he descendido”?»
Jesús les respondió: «No estén murmurando entre ustedes.
Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trae. Y yo lo resucitaré en el día final.
En los profetas está escrito: “Y todos serán enseñados por Dios.” Así que, todo aquel que ha oído al Padre, y ha aprendido de él, viene a mí.
No es que alguno haya visto al Padre, sino el que vino de Dios; este sí ha visto al Padre.
De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.
Yo soy el pan de vida.
Los padres de ustedes comieron el maná en el desierto, y murieron.
Este es el pan que desciende del cielo, para que el que coma de él, no muera.
Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo.»
Los judíos discutían entre sí, y decían: «¿Y cómo puede este darnos a comer su carne?»
Jesús les dijo: «De cierto, de cierto les digo: Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y beben su sangre, no tienen vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final.
Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
Así como el Padre viviente me envió, y yo vivo por el Padre, así también el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que descendió del cielo. No es como el pan que comieron los padres de ustedes, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.»
Jesús dijo estas cosas en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: «Dura es esta palabra; ¿quién puede escucharla?»
Jesús, al darse cuenta de que sus discípulos murmuraban acerca de esto, les dijo: «¿Esto les resulta escandaloso?
¿Pues qué pasaría si vieran al Hijo del Hombre ascender adonde antes estaba?
El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida.
Pero hay algunos de ustedes que no creen.» Y es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién lo entregaría,
así que dijo: «Por eso les he dicho que ninguno puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»