»Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no se acerca a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sea evidente que sus obras son hechas en Dios.»
Después de esto, Jesús fue con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba.
También Juan bautizaba en Enón, junto a Salín, porque allí había muchas aguas; y la gente acudía y era bautizada,
porque Juan aún no había sido encarcelado.
Hubo entonces una discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación.
Fueron entonces adonde estaba Juan, y le dijeron: «Rabí, resulta que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos acuden a él.»
Juan les respondió: «Nadie puede recibir nada, si no le es dado del cielo.
Ustedes mismos son mis testigos de que dije: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él.”
El que tiene la esposa, es el esposo; pero el amigo del esposo, que está a su lado y lo oye, se alegra mucho al oír la voz del esposo. Así que esta alegría mía ya se ha cumplido.
Es necesario que él crezca, y que yo decrezca.»
El que viene de arriba, está por encima de todos; el que es de la tierra, es terrenal, y habla cosas terrenales; el que viene del cielo, está por encima de todos
y da testimonio de lo que vio y oyó, pero nadie recibe su testimonio.
El que acepta su testimonio, confirma que Dios es veraz.
Porque el enviado de Dios habla las palabras de Dios; pues Dios no da el Espíritu por medida.
El Padre ama al Hijo, y ha puesto en sus manos todas las cosas.
El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios recae sobre él.