Ustedes me llaman Maestro, y Señor; y dicen bien, porque lo soy.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros.
Porque les he puesto el ejemplo, para que lo mismo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan.
De cierto, de cierto les digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que lo envió.
Si saben estas cosas, y las hacen, serán bienaventurados.
No hablo de todos ustedes; yo sé a quiénes he elegido. Pero es para que se cumpla la Escritura: “El que come pan conmigo, levantó contra mí el talón.”
Les digo esto desde ahora, y antes de que suceda, para que cuando suceda crean que yo soy.
De cierto, de cierto les digo: El que recibe al que yo envío, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.»
Dicho esto, Jesús se conmovió en espíritu, y declaró: «De cierto, de cierto les digo, que uno de ustedes me va a entregar.»
Los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba.
Uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús.
A este, Simón Pedro le hizo señas, para que preguntara quién era aquel de quien Jesús hablaba.
Entonces el que estaba recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: «Señor, ¿quién es?»