En la Palabra estaba la vida,
y la vida era la luz de la humanidad.
La luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.
Este vino por testimonio, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él.
Él no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz.
La Palabra, la luz verdadera,
la que alumbra a toda la humanidad,
venía a este mundo.
La Palabra estaba en el mundo,
y por la Palabra el mundo fue hecho,
pero el mundo no la conoció.
La Palabra vino a lo suyo,
pero los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que recibieron la Palabra,
a los que creen en su nombre,
les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios;
los cuales no son engendrados de sangre,
ni de voluntad de carne,
ni de voluntad de varón,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y habitó entre nosotros, y vimos su gloria
(la gloria que corresponde al unigénito del Padre),
en plenitud de gracia y de verdad.
De la Palabra Juan dio testimonio, y clamó diciendo: «De aquel que es la Palabra es de quien yo decía: “Viene después de mí, pero es anterior a mí; porque ya existía antes que yo.”»
Ciertamente de su plenitud tomamos todos,
y gracia sobre gracia.
La ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo vio jamás;
quien lo ha dado a conocer es el Hijo unigénito,
que está en el seno del Padre.
Este es el testimonio de Juan. Cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntaran: «Tú, ¿quién eres?»,
Juan confesó, y no negó, sino que confesó: «Yo no soy el Cristo.»
Y le preguntaron: «Entonces, ¿qué? ¿Eres Elías?» Dijo: «No lo soy.» «¿Entonces eres el profeta?» Y él respondió: «No.»
Le dijeron: «¿Quién eres, entonces? Para que demos respuesta a los que nos enviaron, ¿qué dices de ti mismo?»
Juan dijo: «Yo soy la voz que clama en el desierto: “Enderecen el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías.»