La palabra del Señor vino a mí, Jeremías, y me dijo:
«Levántate y ve a la casa del alfarero. Allí te daré un mensaje.»
Yo me dirigí a la casa del alfarero, y lo encontré trabajando sobre el torno.
La vasija de barro que él hacía se deshizo en su mano, así que él volvió a hacer otra vasija, tal y como él quería hacerla.
Entonces la palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
«Casa de Israel, ¿acaso no puedo yo hacer con ustedes lo mismo que hace este alfarero? Ustedes, casa de Israel, son en mi mano como el barro en la mano del alfarero.
—Palabra del Señor.
»En cualquier momento puedo decir, de algún pueblo o reino, que lo voy a arrancar, derribar, o destruir.
Pero si ese pueblo o reino se aparta de su maldad, contra la cual hablé, yo desistiré del daño que había pensado hacerles.
»En cualquier momento puedo también decir, de algún pueblo o reino, que lo voy a edificar y plantar.
Pero si ese pueblo o reino hace lo malo ante mis ojos, y no me obedece, yo dejaré de hacerles el bien que había pensado hacerles.
»Así que ve y habla con todos los habitantes de Judá y de Jerusalén, y diles de mi parte que yo, el Señor, ya he tomado una decisión, y que ahora me dispongo a castigarlos. Que se aparten ya de su mal camino, y que mejoren su conducta y sus acciones.»
Pero ellos dijeron:
«No hay caso. Iremos en pos de nuestros ídolos, y cada uno de nosotros seguirá las intenciones de su malvado corazón.»