En aquel tiempo gobernaba a Israel una profetisa llamada Débora, que era mujer de Lapidot.
Débora acostumbraba sentarse bajo una palmera que estaba entre Ramá y Betel, en el monte de Efraín. Los israelitas iban a ese lugar, conocido como «La palmera de Débora», para que les hiciera justicia.
Un día, Débora mandó llamar a Barac hijo de Abinoán, quien era de Cedes de Neftalí. Cuando Barac llegó, ella le preguntó:
«El Señor y Dios de Israel te ha dado una orden, ¿no es verdad? Te ha dicho: “Ve y reúne a tu gente en el monte Tabor. Toma diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón.
Yo voy a hacer que Sísara, el capitán del ejército de Jabín, vaya al arroyo de Cisón con sus carros y su ejército, y allí lo entregaré en tus manos.”»
Y Barac le respondió:
«Iré, si tú vas conmigo. Si no vas conmigo, no iré.»
Ella le dijo:
«Voy a ir contigo. Pero la gloria de la victoria no será tuya, porque el Señor va a poner a Sísara en manos de una mujer.»
Y así, Débora se levantó y acompañó a Barac hasta Cedes.
Allí Barac reunió a las tribus de Zabulón y Neftalí, que eran diez mil hombres bajo su mando. Débora lo acompañó.
Un quenita llamado Jéber, descendiente de Hobab, el suegro de Moisés, se había apartado de los quenitas para plantar sus tiendas de campaña en el valle de Sanayin, junto a Cedes.
Como Sísara fue informado de que Barac hijo de Abinoán había subido al monte Tabor,
reunió sus novecientos carros de hierro y a todo su ejército, que era tan numeroso que se extendía desde Jaroset Goyín hasta el arroyo de Cisón.
Entonces Débora le dijo a Barac:
«Levántate, que hoy el Señor va a poner a Sísara en tus manos, pues en verdad el Señor está contigo.»
Barac bajó entonces del monte Tabor con sus diez mil hombres,
y el Señor derrotó delante de Barac a Sísara, desbaratando sus carros y pasando a filo de espada a todo su ejército. Al ver esto, Sísara bajó de su carro y huyó a pie.
Pero Barac persiguió los carros y al ejército hasta Jaroset Goyín, y los pasó a filo de espada, hasta no dejar a uno solo con vida.