Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando estén pasando por diversas pruebas.
Bien saben que, cuando su fe es puesta a prueba, produce paciencia.
Pero procuren que la paciencia complete su obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falte nada.
Si alguno de ustedes requiere de sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios se la da a todos en abundancia y sin hacer ningún reproche.
Pero tiene que pedir con fe y sin dudar nada, porque el que duda es como las olas del mar, que el viento agita y lleva de un lado a otro.
Quien sea así, no piense que recibirá del Señor cosa alguna,
pues el hombre de doble ánimo es inconstante en todo lo que hace.
El hermano pobre debe sentirse orgulloso cuando sea exaltado;
el rico debe sentirse igual cuando sea humillado, porque las riquezas pasan como las flores del campo:
en cuanto sale el sol, quemándolo todo con su calor, la hierba se marchita y su flor se cae, con lo que su hermosa apariencia se desvanece. Así también se desvanecerá el rico en todas sus empresas.
Dichoso el que hace frente a la tentación; porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha prometido dar a quienes lo aman.
Cuando alguien sea tentado, no diga que ha sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede tentar a Dios.
Al contrario, cada uno es tentado cuando se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos.
El fruto de estos malos deseos, una vez concebidos, es el pecado; y el fruto del pecado, una vez cometido, es la muerte.
Queridos hermanos míos, no se equivoquen.
Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación.
Él, por su propia voluntad, nos hizo nacer por medio de la palabra de verdad, para que seamos los primeros frutos de su creación.