»Yo me quejaba como una grulla; gemía como una golondrina; levantaba los ojos al cielo, como una paloma: “Señor, soy víctima de la violencia; ¡dame fuerzas!” ¿Y qué puedo decir, si esto lo ha hecho el mismo que me lo dijo? Toda mi vida andaré humildemente, por causa de la amargura que siento en el alma. »Señor, todo esto nos hace vivir, y en todo esto halla vida mi espíritu: ¡tú me restablecerás y me prolongarás la vida! ¡Mira la gran amargura que me sobrevino cuando yo vivía en paz! Pero a ti te agradó librarme de la corrupción del sepulcro, porque les diste la espalda a todos mis pecados. Y es que el reino de la muerte no te exalta, ni te alaba la muerte; tampoco los que bajan al sepulcro esperan tu verdad. Solo te alaban los que viven, como hoy vivo yo. Esta verdad la enseñarán los padres a sus hijos. ¡El Señor me salvará! ¡Por eso todos los días de nuestra vida elevaremos nuestros cánticos en la casa del Señor!»
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