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Isaías 26:3-21

Isaías 26:3-21 RVC

Tú guardas en completa paz a quien siempre piensa en ti y pone en ti su confianza. Confíen siempre en el Señor, porque él es la Roca eterna. Él hizo caer por tierra a los que habitan en las alturas; humilló a la ciudad exaltada, ¡la derribó hasta el polvo, y hoy la aplastan con el pie los afligidos y los menesterosos! Recto es el camino del hombre justo, y tú, que también eres recto, le despejas el camino. Señor, nuestra esperanza reposa en el camino de tu justicia; son tu nombre y tu memoria el mayor deseo de nuestra alma. Por las noches te desea mi alma, y mientras haya en mí un hálito de vida, te buscaré por la mañana porque, cuando tú emites un juicio, los que habitan este mundo aprenden a hacer justicia. Pero no se aprende a hacer justicia cuando se muestra piedad al malvado. Surge la maldad en el país de la rectitud, y deja de verse la majestad del Señor. Señor, tú has levantado la mano, pero tus enemigos no la ven; ¡haz que la vean y que se avergüencen los que envidian a tu pueblo! ¡haz que el fuego los consuma! Tú, Señor, nos harás vivir en paz, porque tú nos has ayudado a realizar todas nuestras obras. Dios y Señor nuestro, otros señores han querido dominarnos, pero nosotros solo invocamos tu nombre. Ellos están muertos; no tienen vida. Murieron, y no volverán a vivir, porque tú los castigaste y borraste su recuerdo; pero a tu pueblo, Señor, lo aumentaste, y te cubriste de gloria al ensanchar todos los confines de la tierra. Señor, en nuestra angustia te buscamos, y clamamos a ti cuando nos castigaste. Señor, ante ti hemos clamado con dolor, con los gemidos de una parturienta cuando está a punto de dar a luz. Concebimos, tuvimos dolores de parto, ¡pero no dimos a luz más que viento! No dimos a la tierra ninguna liberación, ni le nacieron habitantes al mundo. Pero tus muertos vivirán; sus cadáveres volverán a la vida. Los que ahora habitan en el polvo se despertarán y cantarán de alegría, porque tú eres como un rocío de luces, y la tierra dará a luz a sus muertos. ¡Vamos, pueblo mío, entra en tu aposento y cierra tras de ti la puerta! ¡Escóndete por un breve instante, hasta que haya pasado la indignación! Porque el Señor sale ya de su santuario, para castigar a los que habitan la tierra por su maldad contra él. La tierra mostrará la sangre que ha sido derramada sobre ella, y no volverá a ocultar a los que en ella han sido asesinados.

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