Pero nadie puede tomar este honor por cuenta propia, sino solo el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino que ese honor se lo dio el que le dijo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy», y que en otro lugar también dice: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec».
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