Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y por los siglos.
No se dejen llevar por doctrinas diversas y extrañas. Es mejor afirmar el corazón con la gracia, y no con alimentos, los cuales nunca fueron de provecho para los que se ocuparon de ellos.
Nosotros tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven en el tabernáculo.
Los cuerpos de los animales cuya sangre introduce el sumo sacerdote en el santuario a causa del pecado, se queman fuera del campamento.
De igual manera, Jesús sufrió fuera de la puerta, para santificar así al pueblo mediante su propia sangre.
Así que salgamos con él fuera del campamento, y llevemos su deshonra,
pues no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que vamos en pos de la ciudad que está por venir.
Por lo tanto, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Jesús, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de labios que confiesen su nombre.
No se olviden de hacer bien ni de la ayuda mutua, porque estos son los sacrificios que agradan a Dios.
Obedezcan a sus pastores, y respétenlos. Ellos cuidan de ustedes porque saben que tienen que rendir cuentas a Dios. Así ellos cuidarán de ustedes con alegría, y sin quejarse; de lo contrario, no será provechoso para ustedes.
Oren por nosotros, pues estamos seguros de tener la conciencia tranquila y deseamos portarnos bien en todo.
Pido especialmente sus oraciones, para que pronto pueda volver a estar con ustedes.
Que el Dios de paz, que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno,
los capacite para toda buena obra, para que hagan su voluntad, y haga en ustedes lo que a él le agrada, por medio de Jesucristo. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.