Nosotros tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven en el tabernáculo. Los cuerpos de los animales cuya sangre introduce el sumo sacerdote en el santuario a causa del pecado, se queman fuera del campamento. De igual manera, Jesús sufrió fuera de la puerta, para santificar así al pueblo mediante su propia sangre. Así que salgamos con él fuera del campamento, y llevemos su deshonra, pues no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que vamos en pos de la ciudad que está por venir. Por lo tanto, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Jesús, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de labios que confiesen su nombre. No se olviden de hacer bien ni de la ayuda mutua, porque estos son los sacrificios que agradan a Dios.
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