La ley es apenas el contorno de los bienes venideros, y no su imagen real. Por eso jamás podrá hacer perfectos a los que cada año se acercan a Dios para ofrecer los mismos sacrificios.
Si en realidad pudiera, entonces los que rinden este culto, una vez limpios, dejarían de ofrecerlos, pues ya no tendrían más conciencia de pecado.
Pero con estos sacrificios, cada año se hace memoria de los pecados,
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo:
«No quieres sacrificio y ofrenda,
pero me has dado un cuerpo.
No te agradan los holocaustos
ni las expiaciones por el pecado.
Entonces dije: “Mi Dios,
aquí estoy para hacer tu voluntad,
como está escrito de mí en el libro.”»
Al decir primero: «No quieres ni te agradan sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos ni expiaciones por el pecado» (cosas que se ofrecen según la ley),
y luego añadir: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad», quita lo primero para establecer esto último.
Por esa voluntad somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez y para siempre.
Todo sacerdote ministra día tras día, y una y otra vez ofrece los mismos sacrificios, los cuales nunca pueden quitar los pecados.
Pero Cristo, después de ofrecer una sola vez un solo sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la derecha de Dios,
y de ahí en adelante está en espera de que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Él, por medio de una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados.
De esto nos da testimonio el Espíritu Santo, pues primero dice:
«El Señor ha dicho:
Este es el pacto que haré con ellos
después de aquellos días:
Pondré mis leyes en su corazón,
y las escribiré en su mente.»
Y luego añade:
«Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.»
Cuando los pecados ya han sido perdonados, no hay más necesidad de presentar ofrendas por el pecado.
Hermanos, puesto que con toda libertad podemos entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,
por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, es decir, de su propio cuerpo,
y puesto que tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios,
acerquémonos con un corazón sincero, y con la plena seguridad de la fe, con el corazón purificado de una mala conciencia, y con el cuerpo lavado en agua pura.
Mantengamos firme y sin fluctuar la esperanza que profesamos, porque fiel es el que prometió.
Tengámonos en cuenta unos a otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras.
No dejemos de congregarnos, como es la costumbre de algunos, sino animémonos unos a otros; y con más razón ahora que vemos que aquel día se acerca.