Hermanos, ustedes han sido llamados a la libertad, solo que no usen la libertad como pretexto para pecar; más bien, sírvanse los unos a los otros por amor.
Porque toda la ley se cumple en esta sola palabra: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Pero si ustedes se muerden y se devoran los unos a los otros, tengan cuidado de no consumirse también los unos a los otros.
Digo, pues: Vivan según el Espíritu, y no satisfagan los deseos de la carne.
Porque el deseo de la carne se opone al Espíritu, y el del Espíritu se opone a la carne; y estos se oponen entre sí para que ustedes no hagan lo que quisieran hacer.
Pero si ustedes son guiados por el Espíritu, no están ya sujetos a la ley.
Las obras de la carne se manifiestan en adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. Acerca de ellas les advierto, como ya antes les he dicho, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley.
Y los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
Si vivimos por el Espíritu, vivamos también según el Espíritu.
No nos hagamos vanidosos, ni nos irritemos unos a otros, ni sintamos envidia entre nosotros.