Pero digo también: Mientras el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo,
solo que está bajo tutores y guardianes hasta el tiempo señalado por el padre.
Así también nosotros, cuando éramos niños, vivíamos en esclavitud y sujetos a los principios básicos del mundo.
Pero cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley,
para que redimiera a los que estaban sujetos a la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos.
Y por cuanto ustedes son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!»
Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero de Dios por medio de Cristo.
Ciertamente, en otro tiempo, cuando ustedes no conocían a Dios, servían a los que por naturaleza no son dioses;
pero ahora que conocen a Dios, o más bien, que Dios los conoce a ustedes, ¿cómo es que han vuelto de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales quieren volver a esclavizarse?
Ustedes guardan los días, los meses, los tiempos y los años.
¡Me temo que, con ustedes, yo he trabajado en vano!
Les ruego, hermanos, que se hagan como yo, porque yo también me he hecho como ustedes. Ningún agravio me han hecho.
Bien saben ustedes que, debido a una enfermedad del cuerpo, les anuncié el evangelio al principio,
y ustedes no me despreciaron ni desecharon por la prueba que tenía en el cuerpo, sino que me recibieron como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús.
¿Dónde, pues, está esa satisfacción que experimentaban? Yo doy testimonio de que, de haber podido, ustedes se habrían sacado sus propios ojos, para dármelos.
¿Acaso me he vuelto enemigo de ustedes, por decirles la verdad?
Algunos muestran mucho interés por ustedes, pero no para bien, sino que quieren apartarlos de nosotros para que ustedes muestren interés por ellos.
Qué bien que muestren interés en lo bueno siempre, y no solo cuando estoy presente con ustedes.
Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en ustedes,
quisiera estar con ustedes ahora mismo y cambiar de tono, pues ustedes me tienen perplejo.
Díganme, ustedes que quieren estar sujetos a la ley: ¿no han oído lo que dice la ley?
Porque está escrito que Abrahán tuvo dos hijos; uno de la esclava, y el otro de la libre.
El hijo de la esclava nació conforme a una decisión humana; pero el hijo de la libre nació conforme a la promesa.
Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; este es Agar.
Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, y esta, junto con sus hijos, está en esclavitud.
Pero la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre.
Porque está escrito:
«Regocíjate, oh estéril,
tú que no das a luz;
prorrumpe en júbilo y clama,
tú que no tienes dolores de parto;
porque más son los hijos de la desolada
que los de la que tiene marido.»
Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.
Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también sucede ahora.
Pero ¿qué dice la Escritura? «Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no heredará con el hijo de la libre.»
De modo, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.