¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?
¿Quién como tú, santo y magnífico,
que realizas maravillosas hazañas
y llevas a cabo sorprendentes prodigios?
Extendiste tu diestra, y la tierra se los tragó;
en tu misericordia guías a tu pueblo redimido
y con tu poder lo llevas a tu santa morada.
Los pueblos lo saben, y tiemblan de miedo;
en su tierra, los filisteos se doblan de dolor.
Los caudillos de Edom quedan confundidos
y los valientes de Moab tiemblan de pies a cabeza;
¡todos los cananeos se acobardan!
Señor, ¡que les sobrevenga espanto y temor!
¡Queden mudos como piedras ante tu brazo poderoso,
hasta que haya pasado tu pueblo,
el pueblo que tú mismo rescataste!
Tú, Señor, los llevarás al monte donde habitas,
al lugar que has preparado, y allí los plantarás,
en el santuario que tú mismo has afirmado.
¡Tú, Señor, reinas ahora y siempre!
Ciertamente el faraón entró en el mar, cabalgando con sus carros de guerra y su gente de a caballo, pero el Señor hizo que las aguas del mar se volvieran contra ellos, y los hijos de Israel cruzaron el mar en seco.
Entonces la profetisa María, que era hermana de Aarón, tomó un pandero, y todas las mujeres salieron danzando tras ella y tocando sus panderos.
Y María cantaba:
Canten en honor del Señor,
porque se ha engrandecido en gran manera:
¡ha echado en el mar al caballo y al jinete!
Moisés ordenó que Israel partiera del Mar Rojo y se dirigiera al desierto de Shur. Los israelitas anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua,
y cuando llegaron a Mará no pudieron beber las aguas de ese lugar porque eran amargas. Por eso le pusieron por nombre Mará.
Allí el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: «¿Qué vamos a beber?»
Entonces Moisés pidió ayuda al Señor, y el Señor le mostró un árbol. Moisés lo echó al agua, y el agua se volvió dulce.
Allí el Señor les dio estatutos y ordenanzas, y los puso a prueba.
Les dijo:
«Si escuchas con atención la voz del Señor tu Dios, y haces lo que es recto delante de sus ojos, y prestas oído a sus mandamientos y cumples todos sus estatutos, jamás te enviaré ninguna de las enfermedades que les envié a los egipcios. Yo soy el Señor, tu sanador.»
Luego llegaron a Elim, donde había doce manantiales y setenta palmeras, y acamparon allí, junto a los manantiales.