Por tanto, imiten a Dios, como hijos amados.
Vivan en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, de aroma fragante.
Entre ustedes ni siquiera deben hablar de inmoralidad sexual, ni de avaricia, ni de ninguna otra clase de depravación, pues ustedes son santos.
Tampoco digan obscenidades, ni tonterías ni palabras groseras. Eso no es conveniente. En vez de eso, den gracias a Dios.
Ustedes bien saben que ninguno que sea libertino, inmundo, o avaro (es decir, ningún idólatra), tendrá parte en el reino de Cristo y de Dios.
Que nadie los engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre aquellos que no lo obedecen.
Por tanto, no se junten con esa clase de gente.
En otro tiempo, ustedes eran oscuridad; pero ahora son luz en el Señor. Por tanto, vivan como hijos de luz
(porque el fruto del Espíritu se manifiesta en toda bondad, justicia y verdad),
y comprueben lo que es agradable al Señor.
No tengan nada que ver con las obras infructuosas de las tinieblas; al contrario, denúncienlas.
¡Hasta vergüenza da hablar de lo que ellos hacen en secreto!
Pero cuando todas las cosas son expuestas a la luz, quedan de manifiesto; porque la luz lo manifiesta todo.
Por eso dice:
«Despiértate, tú que duermes.
Levántate de entre los muertos,
y te alumbrará Cristo.»
Por tanto, ¡cuidado con su manera de vivir! No vivan ya como necios, sino como sabios.
Aprovechen bien el tiempo, porque los días son malos.
No sean, pues, insensatos; procuren entender cuál es la voluntad del Señor.
No se emborrachen con vino, lo cual lleva al desenfreno; más bien, llénense del Espíritu.
Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales; canten y alaben al Señor con el corazón,
y den siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Cultiven entre ustedes la mutua sumisión, en el temor de Dios.
Ustedes, las casadas, honren a sus propios esposos, como honran al Señor;
porque el esposo es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.
Así como la iglesia honra a Cristo, así también las casadas deben honrar a sus esposos en todo.
Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla. Él la purificó en el lavamiento del agua por la palabra,
a fin de presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante.
Así también los esposos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa, se ama a sí mismo.
Nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, como lo hace Cristo con la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.
Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán un solo ser.
Grande es este misterio; pero yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.
Por lo demás, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo; y ustedes, las esposas, honren a sus esposos.