Nunca más surgió en Israel un profeta que, como Moisés, hubiera conocido al Señor cara a cara. Nadie le igualó en todas las señales y prodigios que el Señor le mandó hacer en Egipto, contra el faraón y contra todos sus siervos y su país, ni en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que hizo a la vista de todo Israel.
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