»¡Pero ustedes son duros de cabeza, de corazón y de oídos! ¡Siempre se oponen al Espíritu Santo! ¡Son iguales que sus padres! ¿A qué profeta no persiguieron? Mataron a los que antes habían anunciado la venida del Justo, el mismo a quien ustedes entregaron y mataron. Ustedes, que recibieron la ley por medio de ángeles, no la obedecieron.» Cuando ellos oyeron a Esteban decir esto, se enfurecieron tanto que hasta les rechinaban los dientes. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, levantó los ojos al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús a su derecha. Dijo entonces: «Veo los cielos abiertos, y que el Hijo del Hombre está a la derecha de Dios.» Pero ellos, lanzando un fuerte grito, se taparon los oídos y arremetieron contra Esteban, y lo sacaron de la ciudad y lo apedrearon. Los testigos falsos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo, y mientras lo apedreaban, Esteban rogaba: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego cayó de rodillas y clamó con fuerte voz: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado.» Y dicho esto, murió.
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