También salió a recibirlo Mefiboset hijo de Saúl, quien desde el día en que el rey salió de Jerusalén y hasta que el rey regresó en paz no se había lavado los pies, ni se había cortado la barba, ni había lavado su ropa.
Y cuando Mefiboset fue a Jerusalén para recibir al rey, este le preguntó:
«Mefiboset, ¿por qué no te fuiste conmigo?»
Y Mefiboset le respondió:
«Su Majestad, ¡mi criado me engañó! Como soy cojo, yo le había ordenado que me aparejara un asno, pues había decidido acompañarte.
Creo que mi sirviente te ha hablado mal de mí, pero acepto que hagas conmigo lo que bien te parezca, pues para mí tú eres un ángel de Dios.
Comprendo que, a los ojos de Su Majestad, todos los descendientes de mi padre merecían la muerte; sin embargo, tú me permitiste comer a tu mesa. ¿Con qué derecho puedo reclamarle algo a Su Majestad?»
Entonces el rey dijo:
«¿Para qué seguir hablando? Yo he decidido que tú y Sibá se dividan las tierras.»
Pero Mefiboset replicó:
«Por mí, él se puede quedar con todo. A mí me basta con que Su Majestad haya vuelto a su palacio en paz.»
También Barzilay el galaadita fue desde Roguelín hasta el Jordán, y lo atravesó para encontrarse con el rey y acompañarlo al otro lado del río.
Barzilay era ya muy anciano, pues tenía ochenta años, y cuando el rey estuvo en Majanayin él le había dado provisiones, pues era muy rico.
Entonces el rey le dijo a Barzilay:
«Ven conmigo a Jerusalén, y yo te daré todo lo que te haga falta.»
Pero Barzilay le respondió:
«¿Cuántos años crees que podré vivir contigo en Jerusalén?
Ya tengo ochenta años de edad. ¿Crees que sabré distinguir entre lo que es agradable y lo que no lo es? ¿Crees que podré apreciar la comida o la bebida? ¿Crees que podré escuchar mejor a tus cantores y cantoras? No quiero ser una carga para mi señor, el rey.
Solo te acompañaré un poco más allá del Jordán. ¿Por qué tendrías que darme una mayor recompensa?
Te ruego que me permitas regresar a mi ciudad para morir allá, junto al sepulcro de mis padres. Pero aquí está tu siervo Quimán. Permítele acompañarte, y trátalo como mejor te parezca.»
El rey aceptó, y dijo:
«Que venga conmigo. Lo voy a tratar como si fueras tú mismo, y haré con él todo lo que me pidas que haga.»
Entonces todo el pueblo cruzó el Jordán, y en cuanto el rey lo cruzó, besó a Barzilay y lo bendijo, y este regresó a su ciudad.
El rey se dirigió a Gilgal, acompañado de Quimán y de todos los de Judá, y de la mitad del pueblo de Israel.
Pero después los israelitas fueron a ver al rey, y le preguntaron:
«¿Por qué permitiste que nuestros hermanos de Judá te acompañaran para cruzar el Jordán contigo, junto con tu familia y con todo tu ejército?»
Y los jefes de Judá les respondieron:
«Lo hicimos porque el rey también es pariente nuestro. Pero, ¿por qué se enojan? ¿Acaso piensan que lo hicimos porque el rey nos dio de comer? ¿Creen que recibimos algún regalo por acompañarlo?»
Y los israelitas dijeron:
«Nosotros tenemos diez veces más derecho que ustedes para que David sea nuestro rey. ¿Por qué nos han menospreciado? Recuerden que nosotros fuimos los primeros en decidir que él regresara.»
Pero los argumentos de los hombres de Judá tuvieron más fuerza que los de los israelitas.