Cuando Joacín fue a reunirse con sus antepasados, reinó en su lugar su hijo Joaquín. Nunca más el faraón volvió a salir de Egipto, porque el rey de Babilonia conquistó todo su territorio, desde el río de Egipto hasta el río Éufrates. Joaquín tenía dieciocho años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén tres meses. Su madre se llamaba Nejustá hija de Elnatán, y era de Jerusalén. Pero Joaquín hizo lo malo a los ojos del Señor, tal y como lo había hecho su padre. Por esos días los oficiales del rey Nabucodonosor de Babilonia atacaron y sitiaron la ciudad de Jerusalén. Mientras sus oficiales mantenían sitiada la ciudad, llegó también Nabucodonosor mismo. Entonces el rey Joaquín de Judá se entregó al rey de Babilonia, junto con su madre, sus siervos, sus jefes y sus oficiales, y el rey de Babilonia lo capturó. Era el año octavo de su reinado. Nabucodonosor sacó de la ciudad todos los tesoros del templo del Señor y los tesoros del palacio real y, tal y como el Señor lo había dicho, hizo pedazos todos los utensilios de oro que el rey Salomón de Israel había hecho para el templo del Señor. Nabucodonosor se llevó cautivos a diez mil habitantes de Jerusalén. Todos los príncipes y todos los mejores soldados, y todos los artesanos y herreros, fueron hechos cautivos. En el país solo se quedó la gente más pobre. De Jerusalén a Babilonia se llevó cautivos al rey Joaquín y a su madre, a sus mujeres y a sus oficiales, y a los poderosos de la tierra. El rey de Babilonia también se llevó cautivos a siete mil hombres de guerra, a mil artesanos y herreros, y a todos los hombres capaces de entrar en combate. En lugar de Joaquín, el rey de Babilonia puso por rey a su tío Matanías, y le cambió el nombre por el de Sedequías.
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