Pero también los filisteos se reunieron para pelear contra Israel. Contaban con treinta mil carros de guerra, seis mil soldados de caballería, y un ejército incontable como la arena del mar. Subieron y acamparon en Micmas, al oriente de Bet Avén. Y cuando los soldados de Israel se vieron acorralados (porque el pueblo estaba en apuros), se escondieron en cuevas y en fosos, y en peñascos y tras las rocas y en cisternas. Algunos de los hebreos cruzaron el Jordán en dirección a la tierra de Gad y de Galaad, pero Saúl se quedó todavía en Gilgal. Todo el pueblo lo seguía, pero iba temblando de miedo. Saúl esperó allí siete días, de acuerdo con el plazo que Samuel le había fijado, pero como no llegaba, el pueblo empezó a desertar. Entonces Saúl ordenó: «Que traigan un holocausto y ofrendas de paz», y ofreció el holocausto. Saúl estaba terminando de ofrecer el holocausto cuando llegó Samuel; Saúl salió a darle la bienvenida, pero Samuel le dijo: «¿Qué es lo que has hecho?» Y Saúl respondió: «Me di cuenta de que el pueblo estaba desertando y, como tú no venías y los filisteos estaban reunidos en Micmas, pensé: “Ahora los filisteos van a venir a Gilgal para luchar contra mí, y yo no he implorado la ayuda del Señor.” Así que me armé de valor y ofrecí el holocausto.» Pero Samuel le dijo a Saúl: «Lo que has hecho es una locura. No obedeciste lo que el Señor tu Dios te ordenó hacer. Si hubieras obedecido, el Señor habría confirmado para siempre tu reinado sobre Israel. Ahora tu reinado no durará mucho. El Señor ha buscado un hombre que actúe como a él le agrada, y ya lo ha escogido para que reine sobre su pueblo, ya que tú no pudiste obedecer lo que él te mandó.»
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