Cuando llegó el momento de ofrecer el sacrificio, Elías se acercó al altar y dijo: «Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, demuestra hoy que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo, y que solamente hago lo que tú me has ordenado hacer. ¡Respóndeme, Señor, respóndeme! ¡Que tu pueblo reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que tú harás que su corazón se vuelva a ti!» En ese momento cayó fuego de parte del Señor, y consumió el toro que allí se ofrecía, y la leña, las piedras, y hasta el polvo, ¡y aun secó el agua que inundaba la zanja! Cuando todos vieron esto, se arrodillaron y exclamaron: «¡El Señor es Dios, el Señor es Dios!» Entonces Elías ordenó: «¡Capturen a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno!» Y el pueblo los capturó, y Elías los llevó al arroyo de Cisón y allí les cortó la cabeza. Luego, Elías le dijo a Ajab: «Regresa ya a tu palacio, y come y bebe, que viene una gran tormenta.» El rey se fue a comer y beber, mientras que Elías subió a la cumbre del monte Carmelo. Allí se postró en tierra y hundió la cabeza entre las rodillas.
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