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1 Reyes 18:1-28

1 Reyes 18:1-28 RVC

El tiempo pasó, y tres años después la palabra del Señor vino a Elías y le dijo: «Ve y preséntate ante Ajab. Voy a hacer que llueva sobre la tierra.» Elías se puso en marcha para hablar con Ajab. El hambre que azotaba a Samaria era terrible. Ese día el rey llamó a Abdías, su administrador. Abdías era un hombre profundamente temeroso del Señor, pues cuando Jezabel mandó matar a los profetas del Señor, Abdías salvó a cien de ellos; formó dos grupos de cincuenta profetas, y los escondió en cuevas y les proveyó pan y agua. Ajab le dijo a Abdías: «Ve a recorrer todo el país. Busca manantiales con agua, y arroyos. Tal vez encontremos un poco de pasto para mantener vivos a los caballos y a las mulas. De lo contrario, nos quedaremos sin bestias.» Para recorrer el país, lo dividieron en dos partes; Ajab se fue por un lado, y Abdías se fue por otro. En el camino, Abdías se encontró con Elías y, cuando lo reconoció, se inclinó de cara al suelo y le preguntó: «¿Acaso no eres tú mi señor Elías?» Y Elías respondió: «Sí, yo soy Elías. Ve y dile a tu amo que aquí estoy.» Pero Abdías le preguntó: «¿Cuál es mi pecado? ¿Por qué quieres entregar a este siervo tuyo? Si caigo en manos de Ajab, ¡me matará! Te juro por el Señor, tu Dios, que mi amo no ha dejado de buscarte por todos los reinos y naciones, pero siempre le dicen que allí no estás. Y Ajab los ha obligado a jurar que en verdad no te han visto. Y ahora vienes tú y me ordenas que vaya y le diga al rey: “¡Aquí está Elías!” ¿Sabes qué va a pasar? Que cuando yo vaya y le dé la noticia al rey, el espíritu del Señor te llevará a otro lugar que yo no conozca; y cuando el rey venga a buscarte, si no te halla, ¡seguramente me matará! Este siervo tuyo teme al Señor desde que era joven. ¿Acaso no te han dicho, mi señor, que cuando Jezabel estaba matando a los profetas del Señor, yo escondí a cien de ellos? A cincuenta los puse en una cueva, y a los otros cincuenta los puse en otra, y los alimenté con pan y agua. ¡Y ahora vienes tú y me ordenas que vaya y le diga a mi amo que estás aquí! ¿Acaso quieres que me mate?» Entonces Elías le dijo: «Te juro por el Señor de los ejércitos, en cuya presencia estoy, que hoy mismo me presentaré ante tu amo.» Entonces Abdías fue en busca de Ajab, y cuando lo encontró le dijo que el profeta Elías estaba allí, y Ajab vino al encuentro de Elías. Cuando lo vio, dijo: «¿Qué, no eres tú el que anda perturbando a Israel?» Y Elías le respondió: «Yo no ando perturbando a Israel. Lo perturban tú y la familia de tu padre, al apartarse de los mandamientos del Señor y seguir a las imágenes de Baal. Pero ordena ahora que todo el pueblo se reúna en el monte Carmelo, junto con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Asera que Jezabel alimenta.» Ajab reunió en el monte Carmelo a todos los israelitas y a los profetas. Entonces Elías se paró frente a todo el pueblo, y dijo: «¿Hasta cuándo van a estar titubeando entre dos sentimientos? Si el Señor es Dios, síganlo a él; pero si piensan que Baal es Dios, entonces vayan tras él.» Y como el pueblo se quedó callado, Elías volvió a decirles: «De todos los profetas del Señor, sólo yo he quedado; en cambio, Baal cuenta con cuatrocientos cincuenta profetas. Pero traigan dos toros: uno para los profetas de Baal, y otro para mí. Que corten ellos en pedazos el suyo y lo pongan sobre la leña, pero sin prenderle fuego; por mi parte, yo también cortaré en pedazos mi toro, y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé fuego. Ustedes van a invocar el nombre de sus dioses, y yo también invocaré el nombre del Señor; y el Dios que responda y envíe fuego sobre el altar, que sea reconocido como el verdadero Dios.» Como todo el pueblo aceptó la propuesta, Elías dijo a los profetas de Baal: «Como ustedes son más, escojan uno de los toros y córtenlo en pedazos. Pero no le prendan fuego. Invoquen entonces a sus dioses.» Los profetas tomaron el toro que se les dio y lo prepararon, y luego invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía. Decían: «¡Baal, respóndenos!» Pero aunque saltaban alrededor del altar, el silencio era total. Hacia el mediodía, Elías comenzó a burlarse de ellos, y les decía: «¡Griten más fuerte! Recuerden que es un dios. Tal vez estará meditando; o se encontrará ocupado; ¡o se habrá ido a otro lugar! ¡Tal vez esté dormido, y ustedes tengan que despertarlo!» Ellos gritaban más fuerte, mientras se hacían cortaduras en el cuerpo con cuchillos y con puntas de lanzas, hasta que la sangre les bañaba el cuerpo.