Todos sufrieron terribles quemaduras, pero ni así se arrepintieron; en vez de darle gloria a Dios, que tiene poder sobre esas plagas, maldijeron su nombre. El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia, entonces el reino de la bestia quedó sumido en la oscuridad. La gente se mordía la lengua de dolor y, por causa de sus padecimientos y de sus llagas, maldecían al Dios del cielo, pero no se arrepintieron de sus obras. El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates y se secaron sus aguas para abrir paso a los reyes del oriente. Y vi salir de la boca del dragón, de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta tres espíritus malignos que parecían ranas. Son espíritus de demonios que hacen señales y que salen a reunir a los reyes del mundo entero para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso. «¡Cuidado! ¡Vengo como un ladrón! Dichoso el que se mantenga despierto, con su ropa a la mano, no sea que ande desnudo y sufra vergüenza por su desnudez». Entonces los espíritus de los demonios reunieron a los reyes en el lugar que en hebreo se llama Armagedón. El séptimo ángel derramó su copa en el aire y desde el trono del templo salió una gran voz que decía: «¡Está hecho!». Y hubo relámpagos, estruendos, truenos y un violento terremoto. Nunca, desde que el género humano existe en la tierra, se había sentido un terremoto tan grande y violento.
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