El pecado habla al malvado en lo profundo de su corazón. No hay temor de Dios delante de sus ojos. Cree que merece alabanzas, al punto de no hallar aborrecible su propio pecado. Sus palabras son malvadas y engañosas; ha perdido el buen juicio y la capacidad de hacer el bien. Aun en su lecho trama hacer iniquidad; se aferra a su mal camino y no rechaza la maldad.
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