A ti clamo, SEÑOR, ven pronto a mí. Escucha mi voz cuando a ti clamo. Que suba a tu presencia mi oración como una ofrenda de incienso, mis manos levantadas como el sacrificio de la tarde. SEÑOR, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios. No permitas que mi corazón se incline a la maldad ni que sea yo cómplice de iniquidades; no me dejes participar de banquetes en compañía de malhechores. Que cuando el justo me castigue, sea una muestra de amor; que su reprensión sea bálsamo que mi cabeza no rechace, pues mi oración siempre está en contra de las malas obras. Cuando sus gobernantes sean arrojados desde los despeñaderos, sabrán que mis palabras eran bien intencionadas. Y dirán: «Así como se esparce la tierra cuando en ella se abren surcos con el arado, así se han esparcido nuestros huesos a la orilla del sepulcro». Por eso tengo los ojos puestos en ti, mi SEÑOR y Dios, en ti busco refugio; no me dejes morir. Protégeme de las trampas que me tienden, de las trampas que me tienden los malhechores. Que caigan los malvados en sus propias redes, mientras yo salgo bien librado.
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