Yo amo al SEÑOR porque él escucha mi voz de súplica. Por cuanto él inclina a mí su oído, lo invocaré toda mi vida. Los lazos de la muerte me enredaron; me sorprendió la angustia del sepulcro y caí en la ansiedad y la aflicción. Entonces clamé al SEÑOR: «¡Te ruego, SEÑOR, que me salves la vida!». El SEÑOR es misericordioso y justo; nuestro Dios es compasivo. El SEÑOR protege a la gente sencilla; estaba yo muy débil, y él me salvó. ¡Ya puedes, alma mía, estar tranquila, porque el SEÑOR ha sido bueno contigo! Tú, SEÑOR, me has librado de la muerte, has enjugado mis lágrimas, no me has dejado tropezar. Por eso andaré siempre delante del SEÑOR en esta tierra de los vivientes. Yo creí, aunque dije: «Estoy muy afligido».
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