Cuando Dios cimentó la bóveda celeste y trazó el horizonte sobre el abismo, allí estaba yo presente. Cuando estableció las nubes en los cielos y reforzó las fuentes del abismo; cuando señaló los límites del mar, para que las aguas no desobedecieran su orden; cuando estableció los cimientos de la tierra, allí estaba yo a su lado, afirmando su obra. Día tras día me llenaba yo de alegría, siempre disfrutaba de estar en su presencia; me regocijaba en el mundo que él creó; ¡en el género humano me deleitaba! »Y ahora, hijos míos, escúchenme: dichosos los que siguen mis caminos.
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