Entonces comenzó Jesús a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó un viñedo. Lo cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Luego arrendó el viñedo a unos labradores y se fue de viaje. Llegada la cosecha, mandó un siervo a los labradores para recibir de ellos parte de la cosecha. Pero ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías. Entonces les mandó otro siervo; a este le rompieron la cabeza y lo humillaron. Mandó a otro y a este lo mataron. Mandó a otros muchos, a unos los golpearon, a otros los mataron.
»Le quedaba todavía uno, su hijo amado. Por último lo mandó a él, pensando: “¡A mi hijo sí lo respetarán!”. Pero aquellos labradores se dijeron unos a otros: “Este es el heredero. Matémoslo y la herencia será nuestra”. Así que le echaron mano y lo mataron, y lo arrojaron fuera del viñedo.
»¿Qué hará el dueño? Volverá, acabará con los labradores y dará el viñedo a otros. ¿No han leído ustedes esta Escritura:
»“La piedra que desecharon los constructores
ha llegado a ser la piedra angular.
Esto ha sido obra del Señor
y nos deja maravillados”?».
Cayendo en cuenta de que la parábola iba dirigida contra ellos, buscaban la manera de arrestarlo. Pero temían a la multitud; así que lo dejaron y se fueron.
Luego enviaron a Jesús algunos de los fariseos y los partidarios del rey Herodes para tenderle una trampa con sus mismas palabras. Al llegar dijeron:
—Maestro, sabemos que eres un hombre íntegro. No te dejas influir por nadie porque no te fijas en las apariencias, sino que enseñas el camino de Dios de acuerdo con la verdad. ¿Está permitido pagar impuestos al césar o no? ¿Debemos pagar o no?
Pero Jesús, sabiendo que fingían, respondió:
—¿Por qué me tienden trampas? Tráiganme una moneda romana para verla.
Le llevaron la moneda y él les preguntó:
—¿De quién es esta imagen y esta inscripción?
—Del césar —contestaron.
Y Jesús les dijo:
—Denle, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.
Y quedaron admirados de él.
Entonces los saduceos, que dicen que no hay resurrección, fueron a verlo y le plantearon un problema:
—Maestro, Moisés nos enseñó en sus escritos que si un hombre muere y deja a la viuda sin hijos, el hermano de ese hombre tiene que casarse con la viuda para que su hermano tenga descendencia. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin dejar descendencia. El segundo se casó con la viuda, pero también murió sin dejar descendencia. Lo mismo le pasó al tercero. En fin, ninguno de los siete dejó descendencia. Por último, murió también la mujer. En la resurrección, ¿de cuál será esposa esta mujer, ya que los siete estuvieron casados con ella?
—¿Acaso no andan ustedes equivocados? —respondió Jesús—. ¡Es que desconocen las Escrituras y el poder de Dios! Cuando resuciten los muertos, no se casarán ni serán dados en casamiento, sino que serán como los ángeles que están en el cielo. Pero en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el pasaje sobre la zarza, cómo Dios le dijo: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”? Él no es Dios de muertos, sino de vivos. ¡Ustedes andan muy equivocados!